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Una mala reputación

Los murciélagos tienen mala prensa. Son unos seres con mala reputación. La literatura se ha encargado de ello. Nos producen pavor. A su inmerecida fama de ‘chupasangres’ se suma además el hecho de que son portadores de virus patógenos para el hombre como el SARS-COV-2, que ha paralizado el planeta en una crisis sanitaria, social y económica que muchos nunca habíamos visto antes.



Ahora mismo existen argumentos científicos suficientes para demostrar que el virus causante de la COVID-19 es una zoonosis originada en los murciélagos y luego transmitida a los seres humanos a través de otros mamíferos. En este caso y casi con total seguridad, a través del pangolín.



La fama tóxica que arrastra el murciélago no ha hecho más que sumar un nuevo episodio con el SARS-COV-2. De estos quirópteros salió también el SARS-COV-1 a principios de los 2000 en el sudeste asiático y el MERS, Síndrome Respiratorio Agudo de Oriente Medio, diez años después. El primero llegó a los humanos a través de las civetas y el segundo a través de los camellos.

Los murciélagos son un reservorio plagado de virus patógenos. Algunos de ellos son causantes de enfermedades emergentes graves para el ser humano como los pertenecientes a las familias Rhabdoviridae (rabia), Filoviridae (Ébola y Marburg), Coronoviridae (los coronavirus SARS y el MERS),  Paramyxoviridae (virus Hendra y Nipah), Orthomyxoviridae (gripe). 

A esto se suma además que la mayor parte del material genético de los virus que se hospedan en los murciélagos y son transmitidos al ser humano tiene una o varias moléculas de ARN que les otorga una especial versatilidad y capacidad de adaptación a condiciones ambientales cambiantes debido a su mayor variabilidad genética. 

Los murciélagos actúan como reservorios de importantes virus patógenos para humanos, y el creciente solapamiento entre los hábitats de murciélagos y humanos ha demostrado que los brotes relacionados con estos virus asociados a murciélagos en humanos son cada vez más frecuentes. La base de datos DBatVir contabiliza más de 5000 virus distintos en algo más de dos centenares de especies de murciélagos.

La mala reputación del murciélago es injustificada. Los murciélagos son muy abundantes. Tras los roedores, son el mamífero de mayor número. Y además es el único que vuela. Los murciélagos viven en todos los continentes, excepto en la Antártida, y están cerca de los humanos y sus granjas. Su capacidad de volar hace que abarquen grandes territorios, lo que contribuye a la propagación de los virus, además de que sus heces también pueden propagar enfermedades. Pero también son clave en la dispersión de semillas y la polinización, además de mantener a raya a las poblaciones de insectos. 

El solapamiento de los hábitats entre murciélagos y humanos nos es achacable a los primeros. Somos nosotros quienes invadimos su terreno y deforestamos sus bosques, y quienes además nos los comemos sin control sanitario de ningún tipo. Y por si fuera poco, en ellos podría hallarse la solución para combatir algunas infecciones víricas. Así que más que culpables, bien podríamos llamarlos aliados.

El sistema inmunológico de los murciélagos ha evolucionado para afrontar la agresión de los virus. Su organismo está perfectamente entrenado para aguantar los ataques de estos microorganismos que, por mucho que lo intenten, no pueden con ellos a pesar de todos sus esfuerzos.  Es por este motivo que los científicos estudian los mecanismos antivirales de los murciélagos para combatir no sólo el SARS-COV-2, sino todo el resto de agentes patógenos para el ser humano.

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