¿Qué entiendo yo de cosmología? Poco o muy poco. Produce vértigo acercarse a los conceptos de la cosmología. Puede que incluso provoque hasta cierto desasosiego vital porque el estudio del universo es un viaje al autodescubrimiento, como sostenía Carl Sagan. Y esto, amigos, siempre conlleva una buena dosis de malestar.
Mi único contacto con la cosmología, el origen y evolución del universo, se reducía y reduce hasta la fecha a unas cuantas estrofas compuestas por Julián Hernández para Siniestro Total hace ya unos cuantos años. Hemos sido muchos los que nos hemos preguntado a voz en grito quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos, ¿estamos solos en la galaxia o acompañados?.
Estas preguntas y todas las que contiene la canción han sido y son una estupenda forma de ponernos a pensar bailando acerca de nuestra comprensión del universo. Nicolás Copérnico nos demostró en el siglo XVI que no somos el centro del cosmos. Un siglo después Isaac Newton describió las fuerzas gravitacionales. En los albores del XX fue Albert Einstein quien desarrolló la teoría de la relatividad general, y Edwin Hubble el que nos enseñó que nuestra galaxia es una pequeña gota en el universo y que éste, además, se expande. También en esta época se desarrolló la teoría del Big Bang, y en décadas recientes el testigo lo ha recogido Stephen Hawking.
Reflexionar acerca de la cosmología, sus preguntas y sus respuestas es un desafío a la intuición, y tal y como sostiene el biólogo Haldane “el universo no sólo es más raro de lo que suponemos; es más raro de lo que podemos suponer”. No es de extrañar entonces, como cuenta Javier Armentia, que buena parte de las aproximaciones a la cosmología acabe siempre, en algún punto, en la figura del supremo creador o en la idea de un plan o diseño preconcebido.
Supongo que esta idea es más sencilla de asumir. O simplemente requiere un menor esfuerzo. No lo sé. Como tampoco sé si el conocimiento cosmológico, e incluso todo el pensamiento científico en general, es compatible con la espiritualidad asociada a creencias religiosas. Esta espiritualidad de la que hablamos lleva acompañando a nuestra especie millones de años.
La capacidad de componer ficciones y la creación de mitos comunes han sido el pegamento que nos ha hecho colaborar como sapiens. Uno a uno, o en pequeños grupos, poco o nada nos diferenciamos de los chimpancés. La diferencia surge cuando nos juntamos en grupos grandes en torno a estas ficciones y mitos y generamos y creamos determinados patrones ordenados de comportamiento. Con esta reflexión sólo pretendo intentar explicar y sobre todo explicarme qué mecanismos llevan a nuestra especie a despreciar la ciencia frente a la idea del creador y lo que esto ha supuesto en determinadas épocas históricas de nuestro país y de otros muchos, y que mucho me temo estamos en peligro de reeditar.
A los que no tenemos ni idea o una vaga idea de los conceptos que encierra la cosmología, esta rama de la astronomía nos ofrece un asidero perfecto para reflexionar e indagar en determinados conceptos filosóficos que nos enfrentan a nuestra finitud e insignificancia en el universo.
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