El experimento que he diseñado podemos llevarlo a cabo con niños de 12 años en una clase de Primaria con el objetivo de que los más pequeños se familiaricen con los sentidos del gusto y el olfato, los más antiguos, y la estrecha relación que mantienen entre ellos, sobre todo, para conformar el sabor. Además, explicaremos después por qué son esenciales para la supervivencia, ya que han evolucionado para desempeñar papeles clave en procesos básicos como la alimentación, el apareamiento y la evitación del peligro.
Diseño y descripción de la experiencia: En esta actividad, un grupo de alumnos hará de conejillos de indias del resto de sus compañeros, que serán los científicos que lleven a cabo el experimento. Los primeros, con los ojos vendados y la nariz tapada por alguno de sus compañeros, probarán cucharadas de tres alimentos diferentes que desconocen (yogur natural, salsa de tomate y mayonesa). Irán pasando en grupos de tres desde el exterior del aula y deberán responder a la pregunta: ¿De qué alimento se trata?. Cada uno de ellos sólo probará un alimento. El resto de sus compañeros, que serán quienes den las cucharadas a sus compañeros, tomará nota de las respuestas y de las sensaciones que cada cucharada provoca en los ‘probadores’. Como es obvio, antes de poner el experimento en marcha nos informaremos si hay algún alumno con intolerancias alimentarias o alergias.
Duración: Podemos llevarlo a cabo en 45 minutos.
Materiales: Una mesa de las del propio aula nos valdrá de mesa de degustación. Un bote grande de yogur, un bote de mayonesa y un bote de salsa de tomate. Y, por supuesto, cucharillas de plástico desechables para cada una de las pruebas. También necesitaremos antifaces para cada uno de los probadores.
Descubrimiento: Los alumnos, todos ellos, descubrirán que con la nariz tapada no serán capaces de reconocer de qué alimento se trata. Sí podrán aportar matices que les proporciona el sentido del gusto, como si el alimento que están probando es dulce, amargo, salado o agrio o hablar de la textura del mismo, pero no serán capaces de dictaminar de qué alimento se trata porque el olfato es el componente clave de lo que comúnmente llamamos sabor. Si bien el sentido del gusto brinda información básica sobre lo dulce, lo agrio, lo amargo, etc., la mayor parte de la experiencia alimentaria depende del sentido del olfato.
Este sencillo experimento nos permitirá hablar con los alumnos de la estrecha relación que guardan entre sí el sentido del olfato y el gusto al finalizar el experimento y también en clases posteriores. Podremos explicarles de manera sencilla que el nervio olfativo consiste en neuronas con un extremo en contacto directo con el mundo externo y el otro en contacto directo con el cerebro, y cómo reconocemos rápidamente los olores. Esta experiencia nos da pie también a hablar de cuántos olores puede reconocer el ser humano, de cómo el olor está conectado al área del cerebro que regula las emociones o de cómo es esencial en la reproducción sexual o en la detección de señales de alarma en algunas especies. Y podremos ilustrarlo con ejemplos como el del perro que no quiere pasear en los alrededores de un circo y muestra un miedo agudo porque huele a los tigres en sus jaulas, por ejemplo (a mí me ha pasado con Lucas, un Fox Terrier macho grande y peleón que se puso a gemir como un cachorro en los alrededores del circo).
En cuanto al gusto, podremos explicarles que tenemos una cantidad increíble de papilas gustativas en la lengua, unas 10.000, enseñarles en dónde están y que son las receptoras que nos permiten diferenciar lo dulce, lo amargo, lo agrio y lo salado y de cómo esas sensaciones viajan hasta nuestro cerebro. También podremos hablar con ellos de cómo gracias a ese viaje sensorial hasta la cerebro tendemos a escupir aquellos alimentos que nos resultan asquerosos o dañinos.
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