Son infinidad las situaciones cotidianas en las que empleamos mediciones para cuantificar las magnitudes más diversas. El tiempo cuando llevamos prisa, la masa cuando vamos al mercado, la temperatura de la vivienda, nuestra propia temperatura corporal si enfermamos, la fuerza, la longitud, la velocidad o la superficie, por ejemplo. En cuanto a esta última siempre me ha llamado mucho la atención como, a pesar de habernos dotado del sistema métrico decimal, en muchos lugares aún perviven sistemas de medición tradicionales muy arraigados además. Es el caso del ferrado gallego, relacionado con la calidad agrícola del terreno y que es, por lo tanto, variable de una zona a otra.
En relación a este ejercicio sobre las medidas cotidianas y las unidades que empleamos habitualmente siempre me ha sorprendido cómo nos manejamos en la cocina quienes hemos sobrevivido hasta ahora sin balanzas o robots para sacar adelante determinadas proporciones y recetas. Nuestras unidades de medida se confunden con los instrumentos que empleamos para conseguirlas y así se convierten en cucharadas soperas, cucharadas de postre, cucharillas, tazones, tazas, pocillos, vasos, vasitos, dedales (en el caso de algunos licores) y hasta en cosas tan poco científicas como un puñado o una pizca.
Este compendio de arbitrariedad que aúna estas unidades con instrumentos de medición de andar por casa de esta forma tan maravillosa tiene su correlación, aunque sería más adecuado llamarle aproximación, supongo, en el Sistema Internacional de Unidades. Y así, un tazón de desayuno equivale, más o menos, a 250 ml o lo que viene siendo lo mismo un cuarto de litro, una taza a 150 ml, o una cucharada a 15 ml, por ejemplo. La cuestión se complica un poco más si hablamos de gramos, porque a igual volumen el peso puede variar según el ingrediente en función de sus densidades. Una taza contendrá, más o menos, unos 240 gramos de arroz normal, que serán menos si es integral y otra cantidad diferente, por ejemplo, si se trata de harina.
Otra cuestión diferente es el tanto por ciento de precisión de este sistema de medición más que extendido en las cocinas de medio mundo. No es lo mismo la cocina de supervivencia diaria que la alta repostería, en la que la precisión de las medidas es fundamental para no estropear un postre. No será lo mismo un puñado de sal mío, que el de mi hermana o el del vecino del cuarto. Pero de lo que sí estoy seguro es de que si llevamos siglos de evolución gastronómica empleando estos instrumentos de medición que tenemos a nuestro alcance en las cocinas es porque, como en casi todo, hemos utilizado el método científico del ensayo y error. Y también porque existe el servicio de comida a domicilio, claro. Además, las medidas, como todo, no son perfectas.
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