Para evitar la alteración de los alimentos frescos o procesados a causa del crecimiento microbiano, la industria alimentaria ha puesto en marcha dos nuevos sistemas de envase: el activo y el inteligente. Ambos suelen confundirse, aunque presentan claras especificidades.
El envase activo no ofrece información adicional al consumidor más allá de lo que lo haga un envase tradicional y emplea una combinación de gases o sustancias antimicrobianas que interaccionan con el alimento para aumentar su vida comercial.
En el envase inteligente, por su parte, no ocurre lo mismo, porque proporciona al consumidor toda la información que sea posible sobre el producto que contiene. Y esto se logra a dos niveles: provocando una reacción entre el alimento y el envase, y que esta reacción modifique la etiqueta para informar al consumidor sobre el estado del producto gracias a la presencia de nanosensores.
Veamos un par de ejemplos de ambos envasados en una nueva incursión virtual por los supermercados.
En la imagen superior podemos observar un ejemplo de envasado activo. Concretamente uno que regula el entorno gaseoso del producto envasado para aumentar su vida comercial. Este tipo de envases modifican la atmósfera interior para diferenciarla del aire combinando una serie de gases inertes .
A simple vista, la imagen de esta cerveza no dice nada acerca de su envasado. Pero es uno de los pocos ejemplos que he encontrado de envasado activo en los catálogos virtuales. La siguiente imagen nos desvelará más información.
Efectivamente. Gracias a tintas termosensibles, la etiqueta de esta cerveza nos indica cuándo alcanza la temperatura ideal para su consumo con un mensaje muy sencillo: Montañas blancas, caliente; montañas azules, fría y lista para beber. Se me ha hecho especialmente complicado encontrar en los catálogos virtuales este tipo de envasado.
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