Inteligencia Artificial (IA) es la ciencia que crea máquinas que hacen cosas que, si fueran hechas por un ser humano, diríamos que este humano es inteligente, dice Marvin Minsky. O dicho de otra forma, el objetivo de la Inteligencia Artificial parece ser la búsqueda de programas capaces de producir respuestas inteligentes similares a las de un humano. Esto es, al menos, lo que puedo extraer de mi primera aproximación teórica a este campo científico tan complejo del que parece imposible abstraerse en los tiempos que nos ha tocado vivir, puesto que la IA impregna todo lo relacionado con la tecnología actual.
Su ‘juventud’ como disciplina científica nos lleva a varias definiciones: desde combinación de ciencia e ingeniería a una rama de las ciencias computacionales encargada de estudiar modelos capaces de realizar actividades basadas en el razonamiento y la conducta humana. Modelo, este último, que parece haberse impuesto en la carrera por lograr una máquina con conducta inteligente de carácter general.
Este es uno de los objetivos científicos más ambiciosos y fascinantes que se ha planteado la ciencia. Y no parece estar, por el momento, muy cerca. Sin embargo, y a pesar de que estamos hoy muy lejos de ser capaces de replicar de forma artificial la enorme complejidad del cerebro, el fuerte desarrollo de esta tecnología nos exige como sociedad dotarnos cuanto antes de un poderoso pensamiento ético y filosófico a todos los niveles educativos que confronte los riesgos que supone, pero también de un riguroso entramado legal que la limite y nos proteja de sus abusos.
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