Las estrategias clásicas unidireccionales de comunicación de la ciencia hacia la sociedad no funcionan. Los servicios de comunicación científica institucional apoyados en las unidades de cultura científica han adoptado nuevos esquemas comunicativos. La investigación e innovación responsable actual busca involucrar, implicar y comprometer al ciudadano, lo que algunos llaman engagement.
En los últimos tiempos se han multiplicado las acciones directas e imaginativas para lograrlo. Diferentes formatos apoyados en mensajes construidos para públicos diferentes, pero con un objetivo común: conseguir una ciudadanía mejor informada y, por lo tanto, más crítica y exigente.
Los sistemas formales de acceso al conocimiento científico de los que dispone la ciudadanía continúan siendo verticales y, por tanto, unidireccionales. La participación ciudadana implica horizontalidad, intercambio y colaboración. Y también compromiso con la escucha, el encuentro y la conexión en intereses comunes. Esta participación debería ser la base sólida sobre la que construir proyectos abiertos transversales, con equipos multidisciplinares y heterodoxos capaces de unir los aspectos sociales/culturales con los de las investigaciones científicas.
Evitar la unidireccionalidad es, por tanto, huir del sistema clásico de acceso al conocimiento y abrir las puertas al aprendizaje informal. Todos los esfuerzos que se han llevado a cabo hasta la fecha van en esta dirección, la correcta desde mi punto de vista. La que despierta la curiosidad y la que busca la conversión de la información en conocimiento desde los procesos colaborativos, dotando de una serie de herramientas a la ciudadanía capaces de ayudarle a construir un pensamiento crítico que difícilmente se lograría si nos anclamos en las viejas estructuras comunicativas.
Recuperar la esencia de la curiosidad que movió la ciencia en el siglo XIX debería ser un objetivo primordial para conseguir instalar en nuestra sociedad el concepto de ciencia ciudadana. Esa curiosidad mezclada con las evidentes ventajas de la cultura digital actual, que permite una participación y colaboración sin límites, conllevará necesariamente la creación de comunidades sociales más fuertes, preparadas y colaborativas. Existen ejemplos de ciencia ciudadana participativa en Madrid y en Barcelona, por ejemplo, con laboratorios abiertos para la producción de proyectos científicos y sociales encaminados a lograr un desarrollo sostenible en sus comunidades.
Implicar e involucrar a la ciudadanía en los procesos que convierten la información científica en conocimiento es imprescindible. Democratizar este acceso se justifica desde la necesidad de aunar diferentes disciplinas para lograr una pasión compartida que facilite que los ciudadanos podamos ser partícipes y copartícipes de aquellas investigaciones científicas que nos permitan cambiar de modo favorable nuestro entorno inmediato y combatir la desinformación y las falsedades. La ciencia es parte de la cultura y ha de ser, por tanto, participativa y diversa. Tendremos que ampliar sus bases de la mano de la comunicación, buscar más ‘conversos’ y ser capaces de escoger la mejor manera de llegar a los diferentes públicos.
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